Náufragos.
Recuerdos estáticos de momentos que alguna vez viví se asoman en mi memoria, como cuchillos recién afilados para apuñalarme; como colmillos de fiera, listos para despedazarme en mil trozos; como aguas calmas pero profundas, letales para alguien que jamás aprendió a nadar, listas para ahogarme. Nunca imaginé que te recordaría luego. Pensaba, tal vez ingenuamente, que lo nuestro estaba sucediendo en la eternidad. Pensaba que el cariño, la complicidad, el amor y el sexo tenían el poder de detener el segundero de mi reloj, aquel que cuando abrazados en silencio mutuo nos quedábamos, era lo único que podía oírse, pero que jamás nos importó. Los días y las noches sucedían de maneras casi misteriosas. Algunas veces, tenía la impresión que todo surgía con extraordinaria velocidad. El sol y la luna se veían como si fuesen un mismo cuerpo celeste, brillaban el uno para el otro y eran uno sí mismos. Otras veces, el mundo que nos acorralaba se volvía tieso, inamovible y pesado. Fue en aquell