Náufragos.

  Recuerdos estáticos de momentos que alguna vez viví se asoman en mi memoria, como cuchillos recién afilados para apuñalarme; como colmillos de fiera, listos para despedazarme en mil trozos; como aguas calmas pero profundas, letales para alguien que jamás aprendió a nadar, listas para ahogarme.
  Nunca imaginé que te recordaría luego. Pensaba, tal vez ingenuamente, que lo nuestro estaba sucediendo en la eternidad. Pensaba que el cariño, la complicidad, el amor y el sexo tenían el poder de detener el segundero de mi reloj, aquel que cuando abrazados en silencio mutuo nos quedábamos, era lo único que podía oírse, pero que jamás nos importó.
  Los días y las noches sucedían de maneras casi misteriosas. Algunas veces, tenía la impresión que todo surgía con extraordinaria velocidad. El sol y la luna se veían como si fuesen un mismo cuerpo celeste, brillaban el uno para el otro y eran uno sí mismos. Otras veces, el mundo que nos acorralaba se volvía tieso, inamovible y pesado. Fue en aquellos días, cuando sólo nuestra corporalidad tenia el poder de experimentar la libertad, y se sentía como volar.
  Rígida, ansiosa o relajada, disfrutabas de mi cuerpo en el deseo de perpetuar ese sentimiento animal, que surgía y se extendía por toda nuestra piel. Tu verdosa mirada naufragaba en la humedad que brotaba de todo mi espíritu. Las palabras, ininteligibles, nacían y morían constantemente en medio de gritos y desesperación. La oscuridad, escondite de nuestra miseria, nos transformó en dos ciegos,  desquiciados por el deseo de contemplar un incandescente amanecer. 
   Todo volvía a ocurrir una y otra vez. Los encuentros fugaces,  repletos de furia y otros sentimientos inmundos; la ternura y sus innumerables manifestaciones humanas; el deseo y la lascivia que nos embriagaban en cada gesto; todo aquello que culminaba nuestra existencia en plenitud resurgía constantemente. Hasta que simplemente, nada volvió a suceder.
      Me consuela saber que siempre existiremos juntos, al menos en el pasado. Nunca podremos cambiar lo sucedido, ni forzar un destino que jamás nos corresponderá. Será como dice la canción: "es la historia de un amor, como no hay otro igual". Y es que así se quedará, como una historia. La historia de nuestro amor, imposible de perpetuarse en el tiempo. Tal vez, sea eso lo que desgarre tanto, comprender que hay un amor y que fue perfecto en un solo momento determinado de la vida, pero que no morirá junto con los amantes, sino mucho antes, cuando aún les quede mucho por vivir, pero separados y perdidos, cuales náufragos.
   
   
  
   
 
  
- Sofía Mentesana.
  





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