Fuego y Viento.

 

A veces parecemos Viento, que va libre por la propia dimensión que él crea al pasar. Somos frescos, y cuanto más volamos más arriba estamos, disfrutando del cielo que las miradas, tiernas y curiosas, admiran secretamente en locura. Te  decreto, que como como Viento, podemos sentirnos. Te confieso, que de ahora en más quiero tener el privilegio que él tiene al tocar tu piel sin reparo, de acariciar tu cabello cada vez que salís fuera, para embriagarte del aire que Viento regala incondicionalmente a tus sentidos. Otras veces parecemos hechos de papel, frágiles y diminutos ante tanta inmensidad de un mundo que desconocemos completamente, aunque inocentemente creamos lo contrario. Somos como invisibles, transparentes, sin filtros y listos para escribir sobre nosotros una historia que jamás será leída, porque solo podrá sentirse, sentirse tanto como el primer cuento que se lee en la infancia y deja fantasías toda la vida. Como el papel estamos expuestos, el uno con el otro, de que Fuego nos consuma letalmente y nos haga ser parte de él, volviéndonos luego  esas cenizas que  Viento se llevará con el aire para hacernos desaparecer. Resurgiremos, aun así, desde el centro del Fuego y donde sea que él esté. Viviremos en cada fogata hecha para calentar pieles cansadas del frio y la rutina. Y viviremos en esas pieles, habitadas por quienes polvo fueron. Viviremos en cada cigarrillo, diabólicamente placentero, que nuestros labios terrenales decidirán besar. Viviremos hasta que el Fuego y el Viento decidan no existir más.

Pero Viento y Fuego deciden quedarse toda la eternidad, están juntos siempre y siempre lo estarán. Saben, pícaramente, que son complementarios. Dulcemente y con cuidado, nos hacen Uno con ellos y con nosotros. No supimos otra vez quienes o qué somos, si elementos divinos o divinos enamorados.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

CUENTO: Alma.

Negro.